Muchas veces en la desesperación de padres, maestros, etc., por inculcar disciplina se cae en los gritos, el desgaste de los vínculos emocionales, la pena y la desconexión.
La palabra “disciplina” proviene del latín disciplina y en el siglo XI se relacionaba con: la enseñanza, aprender y dar instrucciones.
La raíz del término disciplina es la palabra discipulus, que significa: alumno, pupilo y educando.
“Un discípulo, aquél que recibe disciplina, no es un prisionero ni un destinatario de castigo, sino alguien que aprende a través de la instrucción”. El castigo acaso interrumpa una conducta a corto plazo, pero la enseñanza ofrece capacidades para toda la vida».1
La reivindicación del término disciplina asociado generalmente a los castigos y gritos permite reflexionar sobre cuál es el verdadero objetivo de la disciplina: ENSEÑAR.
El reto es enseñar a los niños, sin necesidad de castigos, gritos, ni control, sino desde un lugar de empatía, respeto, conexión emocional y amor.
El objetivo fundamental de transmitir disciplina a los niños es generar autocontrol emocional, conciencia por el otro y una conciencia moral que sirva de brújula y guía para actuar en la cultura, la sociedad y crear relaciones constructivas y nutritivas con los demás.
Hacer introspección y revisar nuestras creencias
Reflexionar como padres, maestros, educadores, etc., las creencias con las que estamos atravesados, ya sea de manera consciente e inconsciente, sobre la forma de enseñar la disciplina a lo largo de muchas generaciones es un buen paso para poder analizar, descartar y reciclar las creencias caducas y obsoletas.
Anteriormente existían creencias sobre la disciplina del tipo: “la letra con sangre entra» o se caía en los extremos de la permisividad y la tolerancia excesiva.
En los últimos veinte años ha habido mucha investigación por parte de científicos sobre la forma de cómo funciona el cerebro, y que aporta sobre una disciplina respetuosa, afectuosa y efectiva.
Como padres, educadores y psicólogos, podemos moldear el cerebro de los niños a través de las acciones que emprendamos y las palabras que empleemos.
Se ha descubierto que el cerebro tiene la característica de la neuroplasticidad puede ser moldeado, cambiado y transformado.
El cerebro del niño está en proceso de maduración y desarrollo
Es importante mirar y escuchar a los niños con los que nos estamos relacionando, tener la capacidad de ponernos en sus zapatos e intentar mirar las cosas desde su propia perspectiva.
En los primeros años de la vida de un niño su cerebro está en proceso de desarrollo y maduración, predomina el cerebro inferior o reptiliano, esto quiere decir que las respuestas de los niños son más instintivas, reactivas e impulsivas.
El cerebro termina de madurar a la edad de veinticinco años.
En esta primer etapa del desarrollo de los niños sus conductas y acciones no siempre van a estar a las expectativas de los buenos modales, el respeto y el control emocional que esperamos de ellos.
Si los niños se muestran enojados, haciendo rabietas con malas conductas es importante que entendamos estas conductas como signos de que “es lo mejor que los niños pueden hacer en este momento» por su falta de maduración cerebral, claro, sin consentirlas y transmitir disciplina con el objetivo de enseñar desde una postura empática.
La mejor manera de ayudar a los niños es creando un cerebro completo y óptimo; ayudarlos a construir las conexiones necesarias en su cerebro mediante el modelado de nuestra conducta empática y receptiva que les permita ir estructurando su mundo interno y desarrollar las conductas más constructivas con los demás.
Se ha demostrado que los castigos, regaños, etc., son contraproducentes en los niños y no desarrollan la colaboración.
¿Cuál es el mejor método?
La relación con los hijos debe estar siempre por encima de todo, esto debe ser nuestro eje conductor durante la transmisión de la disciplina.
Escuchar a los niños, ponerles atención, transmitirles apoyo, ayuda para que vayan creando las estructuras necesarias para ir controlando sus impulsos, regular sus emociones e ir desarrollando conexiones en su cerebro superior para que el cerebro inferior que es el más impulsivo y reactivo, vaya perdiendo la fuerza y predomine el cerebro superior.
Esto no quiere decir ser permisivo y consentir malas conductas, sino todo lo contrario, la falta de normas, reglas y límites, provoca mucho estrés en los niños y que sean más reactivos.
El punto es cómo transmitimos la enseñanza desde un lugar empático, donde lo fundamental es conectar emocionalmente con los niños, tranquilizarlos, validar sus emociones, que se sientan vistos y escuchados para cuando ya estén más receptivos para la enseñanza de la disciplina poder redirigir su conducta.
Los padres, cuidadores, maestros, etc., tienen que modelar con los niños la conducta que quieren reproducir en ellos.
Es difícil y desesperante muchas veces mantener la calma con los niños porque los padres no son perfectos y muchas veces ellos responden de manera reactiva y enojada ante sus hijos, pero al actuar de esta manera se fomenta que el niño no desarrolle su cerebro superior, sino el cerebro inferior y reactivo.
El cerebro superior que es el que queremos desarrollar en los niños, implica construir las funciones ejecutivas que son las actividades mentales complejas como son: el control de los impulsos, la autorregulación emocional, la capacidad de ser reflexivo, empático, tomar conciencia de los sentimientos del otro, etc.
La reactividad es una característica del cerebro inferior y lo que estamos buscando en los niños es que sean receptivos para que puedan reflexionar sobre sus conductas inadecuadas y los efectos que producen en el otro, y luego transformar esas conductas.
Los padres tienen que transmitir esa receptividad, esa empatía sin consentir la mala conducta, solo validando sus emociones y la dificultad de los niños de no poder encontrar mejores maneras para actuar, y modelando con el ejemplo los padres las conductas que ellos quieren ver en los niños.
La mayoría del tiempo vivimos en “piloto automático”, actuando sin reflexionar, repitiendo sin conciencia patrones de pensamiento y conducta.
Frente a los niños generalmente los padres asumen que sus conductas son por “ser mal portados», “caprichosos», etc., y responden con enojo, gritos, sin pararse a preguntar: ¿Qué estará tratando de decir mi hijo con su enojo, con su llanto o conductas disruptivas con los demás niños?
Antes de reaccionar asumiendo y enojándose, es conveniente hacer un esfuerzo por tratar de entender e ir más allá de la conducta aparente del niño.
Si te gustó este artículo y te gustaría trabajar más a profundidad como padre para ser guiado en este maravilloso camino de criar a tu hijo con amor, respeto y empatía te invitamos a acudir con nuestros expertos especialistas de la Clínica de Atención Psicológica Integral, CAPI, para desarrollar las estrategias y destrezas que necesitas para ayudarte a ti y a tu hijo en su proceso de desarrollo y maduración.
Referencia bibliográfica: