Todos estos cambios mueven emociones, algo que no siempre nos hace sentir del todo bien. El miedo a enfermarnos y que nuestra vida o la de algún ser querido esté en riesgo, la incertidumbre por no saber cuándo terminará todo esto (ni mucho menos cómo terminará), la duda sobre la situación económica y laboral, y hasta la duda de si todo esto que estamos haciendo servirá realmente para combatir el COVID-19.
Aunado esto, que por sí solo ya es una situación difícil y de crisis, las medidas de cuarentena y asilamiento sugeridas por las autoridades y expertos de salud para frenar la velocidad de contagios del COVID-19 –que exigen permanecer en casa y modificar la rutina diaria– han sido el principal factor desencadenante de la inestabilidad emocional.
Empecemos recordando que toda crisis conlleva un duelo y que el duelo es un proceso. Como tal, consta de etapas:
La primera etapa inicia cuando nos enteramos de la situación. Es cuando recibimos la información inicial de lo que está sucediendo y que nos indica que puede ser una situación de crisis potencial y de riesgo para nosotros.
La segunda etapa es la negación. En ella, echamos a andar toda una serie de pensamientos de defensa para protegernos de la crisis que está empezando. Por ejemplo: “a nosotros no nos va a pasar”, “falta mucho para que llegue”, “yo no he viajado al extranjero, por lo que a mí no me va afectar”.
La tercera etapa es la del enojo. Este sentimiento es el que se percibe con mayor intensidad y es este el que dirige nuestros pensamientos. Aquí el principal cuestionamiento es “¿por qué?”, “¿por qué ahorita?”, “¿por qué a nosotros?”. En situaciones como la que estamos viviendo hoy, comenzamos a cuestionar todas las acciones de las autoridades encargadas de la solución de la crisis; incluso nos sentimos capaces de decir qué es lo que se debería de hacer. Pero en esta crítica y la exigencia emocional subyace el deseo principal de que todo acabe lo más pronto posible.
La cuarta etapa es la del miedo. En esta, comenzamos a ver los riesgos, lo que puede pasar y las posibles consecuencias que la crisis pudiera traer. Normalmente el miedo siempre viene acompañado de otro sentimiento: la incertidumbre, el no saber con certeza qué pasará o cuando terminara todo. Esta es la etapa más difícil del proceso de duelo, pues en ella se pueden presentar las crisis de ansiedad y es cuando nos damos cuenta de nuestras vulnerabilidades y limitaciones.
Después viene la etapa de la aceptación. Para llegar a ella, es necesario recurrir a nuestras herramientas emocionales para entender qué es lo que está pasando y aceptar nuestras limitantes y debilidades, así como aceptar nuestros miedos. Y así comenzar con un plan de acción para poder sobrellevar la crisis.
La última etapa es la adaptación. Aquí es donde todas las medidas y los cambios que se planearon en la etapa anterior se implementan.
Ahora que ya sabemos por lo que estamos pasando, ¿cuáles son las herramientas que nos van a ayudar a sobrellevar esta crisis y que las emociones como el enojo, el miedo, la incertidumbre, que se desencadena no nos sobrepasen?
Antes que nada es identificar qué es lo que se siente.
El manejo de las emociones no es un tema fácil, y mucho menos si no sabes a qué te estás enfrentando, si no sabes cómo te sientes ni cómo lo vas a enfrentar. Por eso, el primer paso es darle un nombre a la sensación que se está teniendo: ¿es enojo?, ¿es miedo? o ¿es frustración? Aunado a eso, también es necesario identificar las sensaciones corporales que la crisis nos está provocando, si quieres llorar o gritar, por ejemplo. Es importante no negarlas y es esencial reconocerlas y aceptarlas para saber cómo manejarlas y así canalizarlas de la manera más adecuada. Recuerda, cuando algo se nombra ya existe. Y si existe, es más fácil de entender y resolver.
Establece una rutina de relajación, no todo tiene que ser trabajo, tareas escolares o quehaceres del hogar. Date tiempo para hacer cosas que te relajen, te diviertan y te distraigan. El estar en casa no significa no hacer nada. También si estás haciendo home office debes tener una rutina y sobre todo un horario de inicio, tiempo de comida y fin, así como de vez en cuando tener intervalos en donde puedas estirar las piernas y distraerte un poco, tal como se hace en la oficina. Así, el día no se hace tan pesado, tedioso y cansado. Esta misma rutina la pueden llevar acabo las personas que no estén haciendo home office, lo importante es tener intervalos de actividades con momentos de relajación.
Algo importante es mantener el contacto con nuestros seres queridos, no hay razón para el aislamiento social definitivo cuando tenemos ayuda de la tecnología. Utiliza las redes sociales, videollamadas o llamadas para seguir en contacto con tu familia, con tus amigos y las personas cercanas. Comparte tus sentimientos con ellos, lean algo juntos, compartan lo que cada uno está haciendo y les esté funcionando para disminuir la sensación de soledad. Los vínculos, aunque sean virtuales, son el gran amortiguador para el estrés.
Sí, es importante estar informado y enterarse de los avisos que den los encargados del establecimiento de las medidas que se tomarán para combatir la pandemia. Pero el estar informado sobre el estatus de la contingencia no significa hundirse en cientos de noticias y hacer caso de aquellas que no provienen de fuentes confiables. Por eso es importante verificar la fuente e informarnos por canales o fuentes oficiales y no te sobre expongas a aquellas sobre el COVID-19. Revisa artículos sobre otros temas, sobre temas ligeros o de tu interés que te permitan una perspectiva distinta para que no solo escuches del COVID-19.
Haz ejercicio, tanto físico como emocional, bien dicen en cuerpo sano, mente sana. Analiza cuáles son las variables que influyen en tu bienestar, identifica tus fortalezas, tus áreas de oportunidad, tus inquietudes, tus planes. Lo que ayuda mucho es identificar las fortalezas porque serán tus principales herramientas para sobrellevar la contingencia. Y si identificas que esto te está sobrepasando pide ayuda profesional.