Sin embargo, el proceso de la adolescencia que se caracteriza por la búsqueda de una identidad propia, puede llevar a algunos jóvenes a vivir duelos realmente difíciles de tolerar y a desestructurar su estabilidad psíquica, esto puede desencadenar una neurosis depresiva.
En un principio se experimenta como un sentimiento displacentero que no se puede aliviar ignorándolo y que puede obstaculizar el funcionamiento normal del adolescente.
A veces la depresión puede ser parte de un esfuerzo para enfrentar un trauma que se vive como una “catástrofe narcisista”, catástrofe ante la pérdida del sí mismo infantil, de la cual el adolescente no se puede recuperar, puesto que sus funciones sintético-integrativas, es decir, su capacidades de análisis y reflexivas, han sido vulneradas al grado que se imposibilita el acceso a su mundo interno.[i]
Hay ocasiones en que los sentimientos depresivos son apropiados y están en proporción adecuada con la situación que produce la reacción, como cuando ocurre una pena o duelo normal; estos casos se caracterizan por ser de corta duración y no estar acompañados de pérdida de autoestima. Los síntomas de una neurosis depresiva son menos graves aunque más crónicos que un trastorno depresivo severo, en el primero, los intentos de suicido son muy poco frecuentes, y el deterioro social y académico suele ser leve o moderado, por lo que en muchas ocasiones se le pasa por alto o no se le presta una adecuada atención.
Es importante considerar como patológicas aquellas reacciones depresivas intensas que no ceden con el paso del tiempo, no corresponden al factor de pérdida (real o fantaseada de un ser o un objeto amado) que la desencadena. Los adolescentes con neurosis depresiva se muestran poco comunicativos, apáticos, distraídos, pesimistas, en ocasiones con sentimientos de soledad, desvalorización y autocrítica negativa; tienen una visión negativa de sí mismos, del mundo y del futuro; a veces realizan actos autodestructivos o tienen ideas suicidas pasajeras y vagas que no se concretan. También presentan una serie de síntomas psicosomáticos, tales como fatiga, dolor generalizado y vago, modificaciones en el apetito y los hábitos alimentarios, insomnio, etc.
Es de vital importancia que el adolescente cuente con un espacio terapéutico en el que pueda elaborar y analizar sus sentimientos depresivos, así como los cambios internos y externos que le ocurren en esta etapa.