Para las mujeres, el rol dentro de la idea del amor romántico está directamente relacionado con la pasividad, con la subordinación y la espera de acciones que el varón debe realizar frente a una espera por parte de ella. La dependencia de estas acciones determina en la mayoría de los casos la conducta “adecuada” de una mujer en torno a la relación de pareja.
Para los varones, en cambio, se asigna un papel activo, racional e investido del poder para tomar decisiones en cuanto a la relación de pareja de manera unilateral. Cuándo comenzar, cuándo iniciar la intimidad, cuándo separarse, son algunas de las asignaciones que los varones tienen como parte de su rol.
Como bien sabemos, la adolescencia es una etapa en la que como seres humanos somos más vulnerables. Quizás por ello, por la falta de experiencia, la búsqueda constante de identidad, la sensación de soledad y la crisis en general, hace que los y las adolescentes idealicen las relaciones cargadas de romance y sufrimiento. Lejos de aprender a construir relaciones sanas, el permanecer en estas relaciones genera patrones de codependencia que en la edad adulta no podrán deshacerse sin ayuda especializada.
Al hablar de amor romántico como tal, encontramos una serie de características comunes para ambos sexos. Esto, aunado a los roles que se han asignado forman el entorno perfecto para relaciones con violencia normalizada, hacen las condiciones perfectas para que las acciones que van en contra de la integridad y la autonomía prevalezcan disfrazadas de romance.
Todas esas características, ideas, creencias y mitos que definen el amor romántico, hacen que sea prácticamente imposible conseguirlo. Por ende, se vuelve objeto de deseo, lo que genera una sensación de insatisfacción permanente, una búsqueda interminable cada vez más compleja y difícil.
Y es justo en esta eterna aspiración a un amor perfectamente romántico, de una entrega total, libre de defectos y donde el sacrificio y el sufrimiento tienen cabida, que la violencia en el noviazgo se puede dar de manera tan normalizada que pasa inadvertida, a veces, durante años.
Ya sea que esta condición se dé de manera consciente o no, y se trate de conductas aprendidas, es hoy en día tan frecuente que resulta preocupante la manera en que esas formas de violencia se normalizan; al punto de que para los y las jóvenes, no tiene sentido estar en relaciones desprovistas de esta intensidad, las encuentran aburridas, poco románticas y no les generan el suficiente interés.
Algunos contenidos culturales como son, específicamente algunas sagas de la literatura y el cine, promueven estas relaciones y validan acciones como el acoso, el control, el chantaje, y las justifican con historias de excesivo sufrimiento por parte de los perpetradores, lo cual, en ningún caso es una excusa válida… Sin embargo, es así como las personas más jóvenes y con menos experiencia, caen en estas idealizaciones y permanecen en relaciones donde existe la violencia en una o varias modalidades
Es muy importante aprender a comunicarnos con los y las adolescentes para que nos permitan reconocer las situaciones de riesgo y estén en la disposición de atender a nuestras observaciones.
Saber nombrar la violencia frente a quien la está viviendo es fundamental para que sea una estrategia efectiva. Los regaños y reproches, así como la anulación y la no validación de los vínculos afectivos de los y las jóvenes, no permiten que ellos tengan una perspectiva objetiva de lo que están viviendo.
Si no realizamos una aproximación empática, sensible y respetuosa, no lograremos una intervención efectiva y es muy probable que se refugien en la relación misma, aunque sólo les cause dolor.
La ayuda y orientación psicológica para los jóvenes en espacios como terapias, talleres y pláticas, nunca está de más, sobre todo, para generar espacios donde la violencia no tenga cabida y pueda ser nombrada sin miedo.
Pero antes los adultos debemos saber reconocer los signos encubiertos de la violencia vestida de romance, debemos aprender a identificar cuando las cosas no son lo que parecen y empatizar con las y los jóvenes para que aprendan a su vez del discurso y de la experiencia.
Finalmente, hemos de evitar a toda costa todas las intervenciones que puedan generar rebeldía o enojo y en todo caso hagan que quienes viven este tipo de experiencias se cierren a la realidad y se alejen de los recursos que como adultos podemos ofrecerles, en el entendido de que hemos vivido, también, el amor romántico en edades tempranas y del que obtuvimos experiencia de vida, haya sido esta negativa o en el mejor de los casos, se haya convertido en un bello recuerdo.