¿Qué es lo que pasa cuando perdemos a alguien? ¿De qué depende la posibilidad de sobrellevar un duelo que al final nos pueda dejar una sensación de tranquilidad y de poder continuar disfrutando de la vida? Por el contrario, ¿qué hacemos cuando a partir de una pérdida las cosas ya no van bien, nos sentimos como “apagados”, anhelando constantemente el pasado y lo perdido, sintiendo un presente triste y tal vez un futuro desesperanzador?
Freud consideraba que en la mente de las personas existe una “energía de vida” que nos impulsa a desarrollarnos, a experimentar amor y gratitud, por ejemplo, a tener vitalidad y a poder disfrutar de la vida en general; y también tenemos una “energía de muerte” que se puede experimentar a través de sentimientos como: envidia, agresión, depresión, y nos lleva a la desvitalidad y la destrucción.
Si bien resulta en mayor o menor medida doloroso despedirse de alguien importante, hay varias cuestiones a considerar en un duelo:
No hay un tiempo determinado para considerar superado un duelo. Se podría quizá hablar de un duelo elaborado en la medida en que esa persona que ya no está, pueda quedar en el pasado, como un recuerdo que incluso nos cause alegría al tener en la mente las diferentes experiencias y aventuras que vivimos con ella. Mientras que nosotros podamos sentirnos valiosos y validados para estar vivos, en un tiempo presente, con la suficiente vitalidad para afrontar y disfrutar de la vida y de lo que viene.
Por el contrario, si esa persona que ya no está, se queda como una “sombra” con varias cuentas pendientes: de los que nos hizo, de lo que no pudimos vivir, de recordarla frágil o enferma; lejos de tenerla como un modelo para nosotros, se podría formar una ligazón más hacia la “energía de muerte”, que pudiera mantenerse como una constante en nuestra vida, teniendo estados de ánimo frecuentes de tristeza, enojo, apatía o la idea de que el pasado era mucho mejor que el tiempo actual en el que nos encontramos viviendo, por ejemplo.
En la medida que podamos despedirnos de los demás pudiendo tener un vínculo donde predomine la gratitud de lo vivido, de lo aprendido, lo cual no quiere decir negar lo malo: los conflictos que se tuvieron con esa persona, las diferencias, las cosas que no nos gustaban —eso sería idealizar al muerto y sólo ver el lado positivo—, pero que al final prevalezca la gratitud por la vida compartida; en esa medida podremos tener la capacidad de sobrepasar un duelo, honrar a nuestros ancestros, despedirnos de los que ya no están y poder celebrar la vida.
Referencias bibliográficas: