Hay seres humanos en nuestra vida y seres hermanos. Los seres hermanos son todos y cada uno de los animales que han formado parte de nuestra vida y que generosamente han compartido con nosotros su naturaleza, comparten con nosotros aquello que sale de los estándares sociales debido a que se encuentran fuera de ellos. Esta naturaleza donde el disfrute, la alegría y las lecciones de vida están a flor de piel o de garra o de pluma o de pelaje.
Los seres hermanos de los humanos son grandes maestros de vida. A través de su sencillo y pleno vivir dan cuenta de lo grácil y hermoso que es la experiencia de estar vivo. Su compañía marca una diferencia en la vida de un humano cuando está dispuesto a abrir su corazón.
Al tener una mascota es frecuente darse cuenta que el ser humano se llena de la más simple belleza, su sonrisa no es fingida y llega a ser cálida pues proviene del corazón, sus dulces palabras al consentir a su animal llegan a hacerle pronunciar lo más genuino de su sentir y cuando hay que cuidarlo, el humano se torna el más compasivo y generoso de los seres vivientes.
Y, ¿qué pasa cuando en el ciclo natural de la vida llega su etapa de muerte? El humano se encuentra ante uno de los más dolorosos de los procesos y el más mal entendido socialmente, debido a que no toda persona en nuestra cultura, o en otras, ha vivido y amado a un animal.
Generalmente escuchamos: “Pero si sólo era un animal, ¿por qué te duele tanto”, “Ni te deprimas, adopta otro y ya”, “Es una tontería llorarle a un animal”, “¿En serio le vas a hacer un funeral?, ¡no inventes!” , “¿Por qué te afliges? de verdad que no lo entiendo, mira, tienes a toda tu familia”. Estos comentarios no apoyan al doliente a llevar a cabo su proceso de duelo y más bien queda encriptado dentro de sí por no encontrar quién entienda la forma en la que está viviendo su pérdida.
A pesar de que existen etapas establecidas para el duelo, cada persona vive su duelo de distinta forma y desde que socialmente no está “permitido”, este duelo se convierte en uno muy doloroso, mal entendido y mal llevado.
El duelo por la pérdida de una mascota es un proceso donde el dolor es inminente, donde se ponen de manifiesto los temas inconclusos del ser humano ante la pérdida, como lo puede ser el propio miedo a la muerte, el miedo al abandono y la soledad, miedo al dolor por la decadencia del cuerpo físico, el miedo y culpa frente a los procesos de eutanasia, entre otros. Es indispensable que se revisen los temas mencionados, pues al no ser atendidos, el duelo más reciente remueve las heridas del pasado, duelos anteriores, y que aún no terminan de sanar.
Hasta ahora, alguna persona que no ha tenido la oportunidad de amar a un animal se podría preguntar: ¿Por qué son tan entrañables los animales? Los animales son tan amables porque nos aceptan con todas nuestras características, no emiten juicios acerca de nosotros, siempre están dispuestos a tener un momento agradable en la vida y no se complican ni tropiezan con sus ideas y emociones como los humanos hacemos.
Es tan difícil aceptar su pérdida, porque de alguna forma entendemos o malentendemos que con ellos se va a ir nuestro amor, nuestra alegría, nuestra capacidad de disfrutar y de ser, de estar gozosos en la vida, de vivir ligeros, cálidos, agradables, incluso hasta divertidos. Y más bien, al elaborar el duelo en terapia nos damos cuenta que ellos nos han venido a mostrar y demostrar que somos capaces de amar incondicionalmente, de alegrarnos por toda la sutileza de la vida que corre por nuestros cuerpos como lo hacen ellos. Llega uno a comprender que los animales se han compartido así mismos con uno para hacernos entender que el disfrute en la vida es independiente de lo que te esté sucediendo, que es más una actitud frente a la vida que las condiciones o circunstancias por las que estés pasando.
También es difícil aceptar su muerte porque creemos que nada ni nadie más en el mundo podrá hacernos sentir como ellos nos hacían sentir. Pero una pregunta queda al aire: ¿No es cierto que nosotros fuimos los que permitimos vivirnos de esa manera?. Claro que sí, ellos sólo fueron los que hicieron que nos diéramos cuenta de esa naturaleza que estaba dormida. Y entonces, es posible que nosotros podamos ofrecernos a nosotros mismos y a los que tenemos cerca lo que descubrimos gracias a ellos, ¿no es cierto?
Amar a un animal nos da la oportunidad de manifestar características que uno no contemplaba si quiera tener, nos dan la oportunidad de sacar a relucir y compartir la mejor versión de nosotros mismos. Y tú, ¿has tenido la oportunidad de vivir esta maravillosa experiencia? ¡Que afortunados somos!
Y si tú, amigo lector/lectora te encuentras en algún proceso de duelo por tu mascota, no dudes en venir a CAPI, saca una cita, con enorme compasión y gusto te atenderemos.
Con mi más profunda admiración y amor hacia los seres hermanos, nuestros amigos animales y mi más tierna compasión hacia tu proceso de duelo.
Psicóloga Clínica egresada de la Facultad de Psicología de la UNAM. Titulada con mención honorífica, cursó un diplomado en Tanatología por el INMEXTAC. Tiene una especialidad en terapia psicocorporal por el Centro Yollocalli; así como experiencia en el abordaje de adicciones, trastornos de alimentación, depresión y codependencia en Avalon. Ha trabajado en investigaciones dentro del IMSS, el tema de violencia intrafamiliar y de pareja. Ha realizado acompañamiento institucional y privado con un equipo interdisciplinario con médicos psiquiatras, psicoanalistas y terapeutas de otras corrientes. Cursó además un seminario de pareja bajo un enfoque psicoanalítico. A la fecha se encuentra en estudios para la aplicación de técnicas de meditación para distintas afecciones o padecimientos.
Actualmente realiza talleres, da cursos y conferencias con diversos temas para estudiantes, padres de familia o personas que se encuentran en el desarrollo y equilibrio de sí mismos. Es especialista en la Clínica de Atención Psicológica Integral, CAPI.