Cuando hablamos de adicciones, generalmente se piensa en alguna droga en particular o alguna pastilla, pero hay comportamientos, pensamientos o relaciones, que pueden tornarse adicciones. Todos podemos tener adicción:
Por ejemplo:
O bien, adicción a estados afectivos, como: estar continuamente triste, enojado, en estado de rebeldía, de apatía o de efusividad continua. ¿O qué pasa si continuamente voy teniendo sensaciones de ansiedad, de que algo me falta o no está bien, que no puedo quedarme tranquilo o que me siento seguido triste, como con un sin sentido de a qué levantarme cada mañana, con pereza o sueño frecuente? ¿Estaríamos hablando en este caso de una adicción?
Incluso cosas positivas pueden tornarse dañinas. Por ejemplo: yo puedo ir al gimnasio para mejorar mi condición física, mi salud; pero, ¿qué pasa si necesito ir al gimnasio 3 horas diarias porque si no estoy inquieto? ¿Qué tal si me vuelvo adicto a una relación de pareja que empezó bien, pero con el tiempo se ha deteriorado y no puedo desprenderme? En estos ejemplos, las cosas ya no se escuchan tan bien, ni me vayan a ayudar a desarrollarme, ¿cierto?
Entonces, desde esta perspectiva hay comportamientos, conductas, relaciones o incluso actividades que se considerarían de inicio como positivas que pueden tornarse en dañinas; todo depende el uso, la finalidad y la motivación detrás de cada acción.
El tema de ser adicto a algo que nos haga daño y que vaya en contra de nuestro bienestar, no es de un grupo o de una edad particular, si no que a todos nos puede pasar.
¿Y qué hay detrás de las adicciones? Generalmente: ansiedad… ansiedad a algo que la mente no está teniendo la capacidad de procesar, incluso muchas veces ni siquiera de nombrar. Serían aspectos a los que muchas veces optamos por “darles la vuelta” e intentar otro tipo de “salidas” para evitar pensar en ellas. Sin embargo, más allá de resolver el conflicto, lo más seguro es que lo agraven.
¿Cuál sería la salida? Depende el caso y la situación, pero siempre es muy valioso cuando podemos pensar con otro aquello que solos no podemos, ya que se vuelve demasiado intenso. Y lo ideal es que ese otro sea un escucha diferente, alguien con un entrenamiento especial en el tema de las emociones y que pueda mostrarnos perspectivas diferentes a las que podemos ver nosotros. Decía una persona refiriéndose a la figura del terapeuta: “Es como un farolero, que lleva la luz para mostrarnos nuestro propio camino”. Es poder adentrarnos al interior propio, teniendo la tranquilidad de que el viaje lo hacemos acompañados de alguien que no nos dejará en las áreas oscuras de la mente, y del cual saldremos fortalecidos.