El arte puede ubicarse, junto con la espiritualidad y el juego, cómo las únicas actividades humanas que no están directamente relacionadas con la supervivencia: todo lo demás por más sofisticado que parezca se relaciona con la alimentación, la obtención de territorio, de aliados, la reproducción, etc. Lo curioso es, que a pesar de no parecer importante (o vital), el arte se ha manifestado desde el principio de la historia del hombre y en todas las culturas hay diferentes formas de expresiones creativas y formas de arte.
Desde algunas corrientes psicológicas existen dos formas de “locura”: la psicosis y la neurosis, en la primera el individuo está en contacto mayormente con su ser interior: sus pensamientos, sensaciones y emociones son lo que lo rigen, mantiene poco contacto con el afuera o lo que denominamos “realidad” y en cierto punto, sus manifestaciones internas pueden ser tan poderosas que lo hagan recrear situaciones inexistentes para el resto de las personas, como es el caso de las alucinaciones en los esquizofrénicos. Por otro lado, la neurosis es mucho más común y tiene que ver con la tendencia a mostrar poco contacto con nuestro ser interior y estar muy pendientes de lo que sucede afuera: lo que la sociedad espera de nosotros, cómo se imaginarán los demás que somos, ser excesivamente limpios o estar demasiado preocupado por el reloj y los deberes. Dejar de lado las necesidades propias tiene que ver con una situación neurótica, que si bien suele ser más funcional, también llega a mermar el bienestar integral de la persona.
Para Winnicott, además del ser interior y el afuera o realidad, existe una zona intermedia que permite la simbolización y por ende, una especie de comunicación entre ambos espacios. Este espacio funciona tomando un pensamiento, sensación o emoción y expresándolo hacia el exterior por medio de una pintura, un personaje o una canción, el arte es el vehículo que nos permite sentir que podemos comunicar, o al menos, poner afuera eso que llevamos dentro.
En el caso de los niños el equivalente al arte es el juego, especialmente el juego simbólico; por ejemplo, cuando un niño toma un pedazo de madera y lo convierte en un superhéroe que tiene que salvar a su amigo (que en realidad es un salero). De esa manera el niño no sólo reinterpreta el uso de los objetos, también expresa y comunica sus más profundos pensamientos y emociones, y esto es útil, incluso si está sólo, pues así los puede observar, pero se enriquece si es un juego compartido, ya que entonces compara lo suyo con lo del compañero y esta misma acción, cuando se lleva a cabo dentro de la terapia de juego tiene la función de ir señalando hasta los estados internos más complejos e ir acompañando en la resolución de los conflictos emocionales.
Winnicott habla también de la religión o las actividades espirituales, donde por medio de un ritual, los feligreses “materializan” sus creencias más profundas, como en la idea del “cuerpo de Dios” en la hostia y la experiencia que la comunión representa para los católicos.
Lo que es cierto es que el practicar cualquier tipo de expresión creativa en sus muy variadas formas, es algo que enriquece la experiencia de vida en personas de todas las edades, disminuye la ansiedad, aporta a la comunicación emocional y ayuda a mantener ese delicado equilibrio entre lo que ocurre dentro y fuera de nosotros.