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Apología del miedo

enero 3, 2018
Para muchas culturas octubre es el mes del miedo, es un mes en el que coinciden tradiciones milenarias relacionadas con la vida y con el fin de la misma, con lo sobrenatural, aquello que muchas veces no sabemos cómo explicarnos. Tampoco sabemos de qué manera controlar el conjunto de emociones que nos generan.

De todas las emociones humanas, el miedo es probablemente la más primitiva, la más antigua. Es esa que nos conecta con aquello que nos es más extraño y al mismo tiempo, que tanto tiene que ver con nosotros. Porque el miedo está ahí, como un mecanismo muy poderoso y muy latente que está listo para ser activado en caso de ser necesario.

“Úsese en caso de emergencia”

El miedo es un conjunto complejo de reacciones y de manifestaciones fisiológicas y neurológicas que se ponen a trabajar en caso de requerirlo: cuando nos encontramos ante un riesgo latente y real, cuando es indispensable correr del peligro, cuando necesitamos escapar para huír de algo o de alguien que nos acecha. Es en esos casos cuando adrenalina, noradrenalina y dopamina se disparan para volvernos rápidos, ágiles y extremadamente atentos a lo que ocurre a nuestro alrededor. Ciertamente, el miedo es un mecanismo muy poderoso, intrínseco a nosotros, que puede significar la diferencia entre la vida y la muerte. Todo ello, por supuesto, en situaciones reales de riesgo, en las que existe un motivo para atemorizarse.

El tema de las causas es complejo. Si bien hay temáticas (como lo mencionamos al inicio del artículo) que son inherentes y de naturaleza endógena al ser humano, como la muerte, la oscuridad y lo desconocido. La función del miedo sólo tiene sentido y propósito si corresponde a una motivación externa palpable que comprometa la vida, la seguridad o el bienestar.

El pasado 19 de septiembre diversas zonas de la Ciudad de México y de algunos estados de la República fueron gravemente afectadas por un sismo que produjo consecuencias sumamente desafortunadas en las personas. Hubo muertos, heridos, derrumbes, incalculables pérdidas físicas de patrimonios construidos con base en el trabajo de muchos años. También hubo otra consecuancia inminente y muy grave: altas cuotas de miedo generalizado en gran parte de la población.

Es muy posible pensar que en aquel momento el miedo permitió a la gente salir rápido de sus edificios de trabajo, correr a refugiarse lejos de los derrumbes, encontrar un extintor, salvar la vida de alguien más. Pero, ¿qué pasó en los días subsecuentes?

El sábado siguiente, el 23 de septiembre por la mañana, escuchamos la alerta sísmica y volvimos a sentir temor. Nos asustamos ante la posibilidad de revivir la experiencia traumática. Dos personas en Ciudad de México perdieron la vida presas del pánico. No había peligro, el sismo no era de una magnitud considerable, no hubo más que mucho, muchísimo miedo en el ambiente y este tuvo sus consecuencias y sus resultados.


Círculo del miedo

El ciclo del miedo es sumamente destructivo cuando ya no existe una causa para ser activado. Inmoviliza, ofusca y bloquea. Todas esas sustancias de las que hablabamos se segregan de manera constante aún cuando la persona ya no tiene necesidad de correr. Sin embargo, sigue sintiendo el impulso de sí hacerlo. Lo que ocurre entonces es que comienza a correr de sí misma y de sus circunstancias.

Comienzan procesos psicológicos como la llamada “visión de túnel”. Mirada selectiva y parcial, filtrada por el miedo en la que únicamente es posible visibilizar los elementos negativos de una situación determinada y que dificulta e incluso impide, echar a andar el pensamiento claro y tomar decisiones encaminadas al bienestar y al continuar con la vida con la mejor de las posturas y entendiendo que la misma se alimenta de un equilibrio entre buenos y malos momentos, retos y situaciones para enfrentar.

Es importante no olvidar que en ningún caso es obligatorio transitar por este camino estando solo, un acompañamiento terapéutico efectivo es siempre una herramienta valiosa para romper el círculo de miedo cuando ya no es necesario. En CAPI podemos ayudarte.

Psic. Diana Camacho

Especialidad en el trabajo de temas relacionados con la violencia, abuso sexual y sexualidad humana.
Capacitadora y docente.

Especialista en terapia individual (adultos), parejas y familias
Enfoque: Sistémico

Cédula Profesional 7679374

Psicóloga, apacitadora y docente, especialista en atención a la violencia infantil y juvenil. Con maestría en terapia familiar y posgrado en terapia de pareja por el Instituto de la Familia, actualmente estudiando diplomado en psicoterapia de arte. Con 15 años de experiencia en el área de salud emocional y fortalecimiento institucional en organizaciones de la asistencia privada.

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