Por el otro lado en las mujeres se veía un papel pasivo, receptor que le permitía tener funciones de cuidado de los otros, apoyo emocional, administración del hogar.
Las relaciones basadas en lo anterior colocaban a los hombres como jefes de familia, encargados de velar por el bienestar de su familia a través del sostén económico de sus miembros, la toma de decisiones y la guía del grupo familiar; las mujeres por su lado asumen funciones relacionadas con la maternidad, el cuidado de los hijos, del hogar y la administración de sus bienes. Calveiro (2003), considera que las identidades femeninas y masculinas se construyen social y culturalmente como complementarias, excluyentes y desiguales. Complementarias ya que las funciones de cada uno requieren de la otra mitad, son excluyentes porque los tributos esperados en uno no son deseables en el otro finalmente son desiguales porque se le otorga la superioridad a las características masculinas sobre femeninas.
En la actualidad ese modelo de relación se encuentra en medio de una transición, ya que las condiciones sociales, políticas y económicas han dado acceso a las mujeres al ámbito laboral lo que ha generado o un cambio en quien cumple las funciones o los roles se mantienen tradicionales siendo solo la mujer quien cumple con una doble jornada (laboral y del hogar). Es interesante mirar como las parejas asocian el cumplimiento de esos roles tradicionales con el alcanzar la estabilidad, plenitud, solidez y éxito en su relación de pareja sin comprender que en ocasiones el costo de mantener el rol tradicional genera distancia, enojo, cansancio y apatía el cual de no atenderse podría fracturar e incluso terminar la relación de pareja.
Pero ¿por qué algo que funcionaba antes ahora puede generar el efecto contrario? Primero que nada porque las identidades masculinas y femeninas se han modificado el ser madre y proveedor ya no es lo único posible ni suficiente por lo que experimentar funciones distintas a las tradicionales, resulta atractivo y necesario para el desarrollo personal. sin embargo este proceso se acompaña en los hombres de miedo de no saber que pueden y hasta donde está el límite; en el caso de las mujeres es frecuente la culpa por “descuidar el hogar y los hijos (cuidarlos o tenerlos)” malestar que afecta la relación de pareja en caso de no ser hablado y negociado. Es común también que estos cambios generen en la relación de pareja una lucha por el poder, entendiendo por esto una relación de fuerza-resistencia entre los dos miembros; generalmente se asocia que quien tiene un mayor ingreso es quien toma las decisiones; sin embargo estas son solo ideas ya que el poder en una relación sana debe tener la capacidad de ser fluctuante entre ambos miembros, es decir compartido, de acuerdo a las condiciones, características y necesidades del contexto.
Bajo este panorama las relaciones de pareja se ven ante el reto constante de la comunicación ya que será solo bajo este mecanismo que se puedan crear las condiciones y acuerdos para cada pareja, que es única y diferenciada del resto de las otras.
Es importante considerar que las relaciones de pareja se fortalecen en la medida en que los miembros se sienten respetados, admirados, aceptados y considerados, por lo que negociar y hablar de cómo cada uno contribuirá a cumplir con las tareas dentro del hogar, permitirá un mayor compromiso hacia los acuerdos así como una mayor adherencia a la relación.
Referencias:
Calveiro, P. (2003). Redes familiares de sumisión y resistencia. México, D.F: Universidad de la Ciudad de México
Lamas, M. (2001). El género. La construcción cultural de la diferencia sexual. México, D.F: programa de Estudios de Género de la Universidad Nacional Autónoma de México