Tenemos nuestra “propia explicación” con respecto a cómo es que se aprende a hablar, es decir, construimos nuestras propias concepciones del desarrollo del lenguaje sin detenernos a estudiar qué proceso implica y el por qué de dicho fenómeno en nuestro desarrollo.
No obstante, la adquisición del lenguaje como actividad humana es más compleja, se encuentra relacionada directamente con el desarrollo de los procesos de pensamiento mediante los cuales el niño podrá conocer, comprender y desarrollarse dentro de su entorno.
El lenguaje, según Myklebust (Citado en Macotela y Romay, 1992: 91) es “un comportamiento simbólico que incluye la capacidad de abstraer, dar significado a las palabras y utilizar éstas como símbolos de pensamiento”, lo cual nos permite entonces tener una representación de nuestro entorno que nos permite darle sentido y comunicarnos con él.
Es mediante el lenguaje que los seres humanos podemos transmitir ideas, identificar, describir objetos y comunicar sentimientos; este proceso comienza desde las primeras etapas de la vida, pues como diría Ingalls (Citado en Macotela y Romay, 1992) no se requiere de una emisión o respuesta oral para comunicarse debido a que también se transmite mediante gestos y ademanes, los cuales son parte y complemento del lenguaje.
En este sentido, Castañeda (1999) nos menciona que el lenguaje en el niño se divide en dos etapas principales, la etapa prelingüística y la lingüística, realizando una clasificación de las mismas de acuerdo a su desarrollo evolutivo:
Así, en la primera etapa podemos identificar que el niño se ubica en los primeros 12 meses de edad, en los cuales éste, a través del contacto con sus familiares cercanos, adquiere el conocimiento de cómo actuar con los objetos, siendo alentado y respondiendo con sonrisas, gestos y señalamientos los cuales identifica.
Por su parte, la etapa lingüística o segunda etapa, aunque no se tiene una edad precisa, se considera, de manera no concluyente, que su aparición aproximada se da a partir de los 15 o 18 meses de edad en donde el niño, durante su primer año de vida ha establecido las bases de comunicación gestual para el desarrollo de su lenguaje y procede a emitir expresiones verbales haciendo referencias a algunos elementos de su medio los cuales ya contienen elementos de significación para él, lo que le permite ir adquiriendo paulatinamente un repertorio vocal que comienza de tres a cinco palabras, atraviesa por la etapa holofrástica (relación palabra-frase en donde una sola palabra implica el significado de todo un enunciado) y se va ampliando hasta que puede combinarlas y armar oraciones simples haciendo uso de adjetivos calificativos para describir los objetos y las acciones.
Posteriormente a los dos años de edad el repertorio vocal de los niños es más amplio y el niño hace uso de pronombres personales, posesivos y demostrativos, se da lugar a la función simbólica donde la inteligencia sensoriomotriz sede paso a la inteligencia representacional, en donde el niño, evoca las cosas sin necesidad de que éstas estén presentes, y procede así a realidades más abstractas.
“Los símbolos (significantes) vienen a desempeñar un papel singular en el desarrollo posterior del niño, ya que éstos son los que van a permitir construir los códigos sobre los cuales se configuran las bases de las funciones superiores. Mediante estos códigos es que accedemos a las emociones, a las realidades abstractas, al lenguaje y a convertir lo implícito en explícito” (Castañeda, 1999:92).
Al atravesar por los tres y cuatro años de edad, su repertorio supera las 800 palabras y sus expresiones verbales son fortalecidas con el uso de verbos auxiliares, su lenguaje por ende es más comprensible y tienen un dominio mayor sobre la gramática.
Por último, entre los cuatro y cinco años de edad alcanzan un nivel de comprensión que les permite acercarse a la posibilidad de representación de cosas, acciones y situaciones lo cual les facilita el entendimiento de las formas de comportamiento social.
Así, Castañeda (1999) establece todo un proceso evolutivo por el cual el niño atraviesa para la adquisición del lenguaje de manera paulatina, clasifica periodos de edad dentro de las etapas prelingüística y lingüística, y dilucida en ellos las bases principales que le permitirán al niño adquirir mayores habilidades de comunicación.
En forma similar, pero sin tomar como parámetro la edad evolutiva, Macotela y Romay (1992) identifica el lenguaje, clasificándolo en tres áreas que fundamentan el desarrollo del lenguaje en los niños: el área vocal-gestual, verbal-vocal y la de articulación.
Si analizamos la forma en que el niño va aprendiendo a comunicarse, podemos identificar la presencia de las áreas anteriores; cuando comienza a reconocer su propia persona, su entorno y los elementos que lo constituyen, podemos identificar el área vocal-gestual, la cual no necesita que el niño, verbalice sino que tenga la capacidad de manifestar conocimiento de su medio cotidiano y pueda clasificar objetos de acuerdo a su función y/o uso mediante respuestas gestuales (señalamientos y ademanes).
Asimismo, el identificar la capacidad del niño para evocar objetos y sucesos en un corto periodo de tiempo (memoria inmediata), para responder ante preguntas que le cuestionen sobre alguna situación pasada, presente o futura y, el uso adecuado de elementos para clasificar (género- número), conjugar y usar elementos gramaticales; pertenecen al área verbal-vocal; en la cual el niño ya no sólo es capaz de identificar los elementos de su entorno y su uso, sino que es capaz de emitir de manera verbal sus necesidades, deseos y preferencias, es decir, se expresa verbalmente para establecer una comunicación directa con su entorno.
Por último se encuentra el área de articulación en donde la atención se centra en la pronunciación correcta de las palabras mediante la emisión adecuada de las consonantes y las vocales.
En esta última área se toman como base los conocimientos de las áreas anteriores y el interés se encuentra enfocado en la correcta pronunciación y combinación de los fonemas en sus diferentes posiciones (inicio, intermedio y final).
De esta manera, en mi opinión Macotela y Romay (1992) establece la adquisición del lenguaje como algo secuencial pero no determinado por etapas evolutivas, pues si bien está implícito no es condicionante para su desarrollo, ya que no establece características encasilladas en edades establecidas.
Como se puede observar, la adquisición del lenguaje en la infancia es un proceso complejo, que el niño va construyendo de acuerdo a características propias, que si bien se constituye de manera sistemática no debe generar angustia si existen algunas diferencias entre lo establecido y cómo se da en nuestros niños; al contrario, es recomendable tomar en cuenta estos elementos como indicadores que permitan identificar el nivel comunicativo del niño y no como lineamientos determinantes que lo limiten.
En este sentido, al identificar cualquier alteración en el proceso lingüístico de los niños, es recomendable acudir a un especialista que la descarte o brinde terapia para un adecuado desarrollo comunicativo en los niños; pues con la estimulación y el tratamiento indicado el niño podrá hacer uso del lenguaje (en sus diferentes áreas) y obtendrá elementos para poder relacionarse con su entorno inmediato.
REFERENCIAS
Licenciada en Pedagogía con título otorgado por la Universidad Nacional Autónoma de México. Es Licenciada en Pedagogía en el área de Psicopedagogía por la Universidad Autónoma de México (UNAM). Pasante de la Maestría en Pedagogía por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Terapeuta de Lenguaje y aprendizaje con 12 años de experiencia, actualmente trabajando como Terapeuta de Lenguaje y Aprendizaje Individual y en la Secretaría de Educación P´blica (SEP).