Para los padres representa un estrés social el sentirse juzgados por el ambiente en el que se desenvuelve el pequeño y genera en ellos angustia que en ocasiones detona en ira, y esta determina la forma en que harán saber las consecuencias a sus hijos. Generalmente suelen ir acompañadas con agresividad, lo que detona una serie de comportamientos incongruentes dentro de la dinámica familiar y ocasiona que el niño imite o resinifique sus propias escenas.
La agresividad se presenta como algo natural en la infancia cuando el niño siente que sus necesidades básicas se ponen en riesgo, pero cuando esta conducta permanece más tiempo, significa que no ha desarrollado su auto control; no encuentran la manera adecuada de expresar lo que está pasando ni sabe cómo manejarlo.
En muchos casos, los padres actúan con miedo hacia su hijo y no se dan cuenta que en esa conducta manifiestan que no pueden controlar lo que le pasa y que el niño necesita ser frustrado para de tal forma tener seguridad y poder controlar sus impulsos.
Los niños que actúan de esta forma generalmente están tratando de sobrevivir a su propio ambiente; y lo que empezó como hacer berrinche ahora se ha desplazado a la agresión.
Un niño lastimado suele ser un niño agresivo. El niño representa con sus conductas su propia incapacidad de manejar una estrategia para enfrentarse a un medio que lo enfurece y siente amenazante.
Si bien es cierto que el niño ya trae un temperamento (genético) que determina su comportamiento, el peso que tiene el ambiente sobre él es más perturbador que su propio interior.
Los niños suelen manifestarse antes de llegar a este tipo de comportamiento de diversas formas pero los padres prestan más atención cuando el comportamiento es más alarmante y no se dan cuenta de que lejos de lo que pueden pensar los profesores y ellos mismos, los niños están buscando establecer contacto con otros niños e integrarse pero es el propio sistema -que lo ha etiquetado- el que no se lo permite.
El problema también radica en los propios padres y en sus reacciones; y en la conducta de no aceptar que el niño maneje sus propias emociones y en anularlas.
El niño debe poner en su boca sus propias emociones y encontrar estrategias que le permitan manejarlas de la mejor forma.
Es muy importante estar al pendiente de estas conductas, ya que mientras se detecten a tiempo se podrá ayudar a los pequeños. Las conductas agresivas son un indicador de algo que el pequeño no puede manejar y esto puede traerle consecuencias significativas en relación a: fracaso escolar, baja autoestima, conductas antisociales y problemas para adaptarse.
Egresada de la Universidad Salesiana, realizó estudios en Psicología infantil, Desarrollo, Alternativas educativas y psicoterapia. Tiene una Especialidad en Psicoterapia Infantil en la Asociación Mexicana de Alternativas en Psicología.
Cursó un Diplomado en Formación Humanista por la Universidad Salesiana y un Diplomado en Terapia de Juego en AMAPSI.
Asimismo, realizó estudios en Capacitación Didáctica en Educación Preescolar por la SEP. Ha impartido Talleres de Psicología Infantil a docentes y padres de familia; así como talleres dirigidos a adolescentes y ha trabajado como Instructora de Estimulación Temprana.
Posee experiencia clínica en consultorio privado y actualmente, es Especialista en Terapia infantil y adolescente, en la Clínica de Atención Psicológica Integral, CAPI.