Hay un médico y psicoanalista británico, Wilfred Bion, que trabajó mucho sobre estas ideas.
Él plantea que todos los días, todo el tiempo, estamos teniendo una serie de experiencias emocionales que entran a través de nuestros sentidos (la vista, el olfato, el oído, el gusto y el tacto); ya sea al encontrarnos con algún amigo, al estudiar, trabajar, observar una obra de arte, soñar, platicar. Todo el tiempo recibimos una serie de estímulos que requieren ser procesados, como lo hace por ejemplo el aparato digestivo con la comida; y éstos forman nuestros pensamientos, recuerdos, nuestra personalidad: nuestra mente.
Imaginemos que la mente se arma como una especie de colmena de abejas, donde las experiencias emocionales tienen un lugar. Cada colmena es diferente, como cada persona lo es; pero mientras mayor sea la capacidad en el panal donde las emociones y pensamientos puedan ser contenidas, vamos a contar con una mayor complejidad en nuestra mente.
Cuando hay una mentira, la mente va haciendo diferentes acciones para tratar de sobrellevarla. Regresando a la imagen del panal, hay mentiras que van a hacer como una especie de huecos, hoyos negros dentro de la colmena; hay otras que formarán una especie de tapón.
¿Qué se dice y qué no se dice?
De niños nos enseñaron que debemos de decir la verdad, que no se debe mentir y además, teníamos la idea que los adultos lo sabían todo. Como adultos, afortunadamente nos damos cuenta que no sabemos todo, que el otro no puede entrar en nuestra mente y leer nuestros pensamientos. También hay cosas que callamos y que reservamos para contar a determinados amigos, y cosas que sólo conservamos para nosotros.
Cuando los niños crecen, llega un punto donde mienten a papá y mamá. Los padres se sorprenden bastante y se preguntan: “¿Por qué, si antes me decía todo?” Sin embargo, esto es indispensable para el proceso en el que el niño está formando su propia identidad, es decir, saber que papá y mamá no son esas figuras que todo pueden y que todo lo saben, y cerciorarse de que no sabrán cuándo y a dónde se van de pinta y que hay otros chicos con los que ahora se cuentan ciertos secretos.
¿Y si los padres quieren ser completamente sinceros?
Desafortunadamente, en ocasiones los padres toman a los hijos para hablarles de cosas que les angustian a ellos, explicarles a detalle cómo y por qué fue la última pelea con su pareja, quien no hay que olvidar, es el papá del chico al que se le está contando dicha situación.
Los hijos no saben qué hacer con esto, se confunden. Si el adulto no puede con los problemas que le generan ansiedad, menos podrá la mente de un adolescente o un niño, que aún no tiene la capacidad de procesar; y además, se esperaría que fuera al revés: que el adulto sean quien le auxilie con todas esas angustias que está aprendiendo a tolerar y elaborar.
A veces, cuando se arma una pareja, se llega al acuerdo de que todo se dirán acerca de su pasado y su presente; pues suponen que de eso se trata la entrega total. No. El hablar de lo que se ha hecho con otras personas que en algún momento fueron parejas, genera celos en la mente de la otra persona a la que se dice querer tanto. Nuestra pareja no es un confesor. Y si en algo se le quiere a esa persona, se evitará meter a su mente ciertos fantasmas mentales, que luego rondarán y crearán problemas.
Sinceridad versus no tener filtro
En otras ocasiones, bajo la bandera de “Es que yo soy muy franco”, se cree que uno debe expresar lo que le venga a la mente, sin pensar si eso puede o no dañar al otro. Está bien que uno pueda ponerse un atuendo que se ve fatal o haya “metido la pata” en alguna situación, pero dudo que el decir: “Que gorda te ves así” o “Ya les contaste lo que hiciste” sirva de algo constructivo. Más bien, consideraría que eso es no tener un filtro que le permita a uno reservarse comentarios que pueden lastimar a los demás, y que son necesarios para la convivencia cotidiana.
Las mentiras que hacen daño
Hay ciertas verdades de las cuales no se habla y que se vuelven tabú, temas intocables y secretos familiares. Por ejemplo: algún miembro con alcoholismo; adicción o alguna enfermedad que todos sospechan; una pareja de papás que ya no son pareja pero que no terminan de separarse; un papá o una mamá que se fue cuando su hijo era muy pequeño. Hay que recordar que hay que tener un filtro y dar una respuesta acorde a la capacidad que tiene esa mente de determinada edad para procesar lo que le digamos. Es decir, no le voy a decir: “Tu papá no quiso estar contigo y se fue, no nos quería”; en su lugar puedo decir: “Tu papá no pudo quedarse con nosotros, pero yo te voy a cuidar.” Pero si se callan datos tan importantes de una persona relacionados a su origen y la formación de su identidad o situaciones que todos saben pero que además se dan cuenta que los demás mienten, esas son las mentiras que pueden afectar la mente: verdades silenciadas.
Es ahí cuando la mente tiene que hacer acciones más drásticas para meter en su colmena: la verdad que sabe y la mentira que hay que sostener. La mente tiene que autoengañarse. Y éstos serían los moldes o patrones disponibles para ir construyendo la propia colmena de la mente.
Una cosa es la intimidad y otra las mentiras
Todos tenemos un área privada personal y áreas privadas en nuestras relaciones. El quedarnos con cosas reservadas solamente para nosotros o para nuestra pareja o para nuestro terapeuta, no es mentir, es tener la capacidad de respetar la intimidad de cada relación.
A veces, se dice que se miente para proteger y cuidar al otro. Sin embargo, el ser humano en su vida va a estar expuesto a diferentes situaciones, no todas ellas gratas, como: pérdidas, traumas, separaciones, frustraciones. Éstas forman parte de la vida. No se trata de negarlos, sino de cómo poder procesarlos. Y esto es lo que irá fortaleciendo a la persona. Esto da crecimiento mental.
El proceso de aceptar las verdades en la mente no es fácil. Requiere paciencia, tolerancia a la frustración y soportar el dolor de perder algo o alguien importante. Y cuando no es tolerado, pueden buscarse diferentes vías de escape, por ejemplo: es mejor ir de fiesta que recordar cuánto nos está doliendo algo; o bien, tener acciones compulsivas con el objetivo de no pensar en eso, como: tomar alcohol o alguna droga, ponerse a trabajar sin parar y pasarse todo el tiempo jugando Candy Crush. No estoy diciendo que esto sea malo o bueno, todo puede ser algo benéfico o dañino, de acuerdo al uso que se le dé.
Una de las mejores enseñanzas que podemos brindar, no es el cómo evitar el dolor; si no el cómo poder tolerar las emociones y pensamientos difíciles para poder integrarlos en nuestra vida. Eso da complejidad, riqueza y desarrollo a nuestra mente.
Bibliografía:
Bion, W. (2006). Volviendo a pensar. Buenos Aires: Hormé-Paidós.
Bion, W. (2003). Aprendiendo de la experiencia. Barcelona: Paidós.
Grinberg, L & Sor, D. (1972) Introducción a las ideas de Bion. Buenos Aires, Nueva Visión.
Ortiz, E. (2011). La mente en desarrollo. Editorial Paidós.
Meltzer, D. (1976). El proceso psicoanalítico. Ed. Hormé.